Aprovechamos la puesta en escena de Michael Jordan en el videojuego NBA 2K11 para repasar algunos de los numerosos y variados momentos estelares que copan la carrera de, para muchos, el mejor jugador de todos los tiempos. Comenzamos con los 63 puntos que endosó a los Celtics en el segundo partido de playoffs de 1986.
Michael venía de disputar sólo 18 partidos de liga regular por una lesión en el pie, en la que era su segunda temporada entre los profesionales · Con sólo 30 victorias, los Bulls se las vieron ante los Celtics en primera ronda · Tras anotar 49 puntos en el primer choque, explotó en el siguiente (63), decidido tras una doble prórroga · Bird definió lo sucedido aquel 20 de abril de la mejor forma posible.
En su segunda temporada como profesional, cayó lesionado cuando sólo había disputado tres partidos. Tenía que ser el año de su confirmación, si es que alguien aún albergaba alguna pequeña duda del talento que había ido a parar a Chicago en 1984.
La fractura de un hueso de su pie izquierdo tuvo la culpa de que a la NBA, y más que nadie a los aficionados de los Bulls, se le privara del vigente ‘rookie del año’, capaz de promediar 28’2 puntos, 5’9 asistencias y 6’5 rebotes en su debut en la mejor liga del mundo.
Incluso había sido elegido como titular en el All Star Game. Ahora, su segunda participación consecutiva corría ahora serio peligro. ¿Un jugador lesionado? Resultaba complicado creer que los aficionados volverían a otorgarle semejante honor sin poder disfrutar de él en la pista. Cuando la ‘regular season’ 1985/1986 aún estaba en pañales, a Michael se le mandó a casa; tocaba reposo y rehabilitación.
“El curso se ha acabado”, profetizaron los médicos de Chicago. Ni siquiera se contemplaba en el plan de recuperación una posible vuelta para la postemporada. Es más, todo apuntaba a que no habría tal oportunidad. Sin Jordan, en la ‘windy city’ ya se pensaba en la campaña siguiente. Nadie se atrevía a hablar de playoffs.
”Aquí me tenéis”
Es lo que caracteriza a aquellos jugadores que respiran baloncesto por los cuatro costados: un afán de superación desmesurado, especialmente acentuado cuando se encaran ciertas adversidades. 64 encuentros si saltar al parquet suponían un déficit complicado de aceptar pera la competitividad hecha persona.
Jordan dijo “basta” y retornó a las canchas para saborear los últimos 15 envites de la temporada regular. Antes, entablada ya una relación casi divina con los aficionados al basket, había sido seleccionado de nuevo para el All Star Game. Como titular, que duda cabe. Los malos augurios, enraizados en una lesión que a cualquier otro le había arrebatado concebir una idea por el estilo, se habían traducido en una confianza a prueba de balas. Al menos hasta la fecha.
Si lo breve es bueno…
Más sorpresas para una temporada casi en blanco. Los Bulls consiguieron alcanzar la postemporada por segunda ocasión seguida a pesar de un exiguo balance que apenas llegó a las 30 victorias. En 1985, los Bucks les apearon en primera ronda por 3-1. Un año después el rival a (más bien, ‘imposible de’) batir eran los Celtics.
20 de abril. “Michael ha hecho mucho en este partido y casi todo bien. Aunque yo estaba jugando, mi deseo era parar, sentarme en el banquillo y verle jugar”. John Paxson se expresaba de esta forma tras finalizar el segundo encuentro de playoffs celebrado en Boston. ¿El motivo de su reacción?
Sencillamente responde a que su compañero, aquel fibroso chico que estudió en North Caroline y que ya empujaba la puerta de la historia de la NBA pese a sus 23 años, había deleitado (o enfurecido, según sea la perspectiva con la que se mire) a la siempre animosa grada del Boston Garden. Para la memoria: 63 puntos, 19 rebotes y 14 asistencias que, aunque suficientes para forzar dos prórrogas, emergieron inútiles ante un equipo llamado a la gloria.
Johnson, Ainge, Bird, McHale y Parish conformaban la columna vertebral de aquellos Celtics en los que Bill Walton se antojaba un factor decisivo saliendo desde el banco. Frente a un grupo experimentado y rebosante de calidad, que buscaba (y luego logró) su segundo anillo, Michael Jordan presentó a ojos del mundo una actuación que ya de por sí se catalogaría sublime si hubiera tenido lugar en un partido cualquiera, pero que aquel día primaveral abrió el cajón de los recuerdos para hacerse un sitio de preferencia.
Ninguno de los jugadores exteriores de Boston pudo frenarle, ya fueran Johnson o Ainge sus marcadores, a pesar incluso de la advertencia de este último, lanzada al mismo Michael: “Dennis me ha pedido encargarse de ti, ya sabes lo que eso significa…”. Y es que ‘Airness’ había lanzado la primera piedra: “Os voy a meter 50 puntos esta noche”.
Tampoco lograron mermar su despliegue de talento Bird o Mchale como emparejamientos ocasionales. Jordan desgranó al abecedario del baloncesto. Suspensiones laterales y frontales, unos contra unos cimentados esa mezcla que compagina calidad y físico y, como no, el plato especial por aquellos imberbes años: mates para todos los gustos. Michael parecía tocado por la varita de la inspiración.
Quizás fue Bird (36 puntos) quien definió de la forma más elemental lo que él tuvo el ¿privilegio? de vivir en primera persona. “No creo que haya alguien capaz de hacer lo que Jordan nos ha hecho esta noche. Estaba Michael y luego el resto de nosotros”. Palabra de un (por entonces) doble campeón de la NBA y que con 67 victorias como argumento de base, conquistaría ese año su tercer anillo.
22 de 41 en tiros de campo y 19 de 21 desde la línea de tiros libres. Porcentajes al alcance de los elegidos. Y eso que ‘el 23’ venía de acribillar el aro ‘verde’ en el primer envite con 49 puntos, con el correspondiente aviso de McHale tras ese choque. “No volverá a pasar de nuevo”. El bueno de Kevin no imaginaba lo que le quedaba por ver. La sed anotadora de Jordan era insaciable. El equipo a su alrededor, aún principiante ante colosos llamados a empresas mayores. Una razón más para entender porqué los Celtics arrasaron esa serie por 3-0.
Michael jugó 53 de los 58 minutos que transcurrieron desde el tiempo reglamentario hasta la finalización de la segunda prórroga. No anotó ningún triple, ni falta que le hizo. En realidad, quizás sí lo necesitó en un momento puntual. Con el propósito evitar la derrota lanzó desde el arco para empatar el partido: no encontró la red pero McHale le ayudó en su empeño. Personal y tres tiros libres, todos ellos convertidos.
Ya en la prórroga su inspiración padeció un revés, el que supuso aquel lanzamiento que de entrar hubiera decantado la victoria del lado de los de Illinois. “Cuando le vi tirar solo, dije ‘se ha acabado’”, reveló Ainge, ya con otra opinión formada sobre Jordan, horas después de haber pronosticado sequía para el neoyorquino.
Michael batió el récord de anotación en playoffs que desde 1962 ostentaba Elgin Baylor, precisamente uno de sus modelos a seguir. Pero los Celtics se impusieron 135-131. Ante el recordatorio de un periodista, Jordan puso las cosas en su sitio: “Te diré sólo una cosa: olvídate del récord, devolvería todos los puntos a cambio de una victoria”.
Consideraciones de Mike aparte, lo cierto es que esa noche el resultado quedó relegado a un segundo plano, ensombrecido por una actuación colosal, podría incluso afirmarse (con evidente riesgo de entrar en discusión) que aquella fue la primera de muchas: por el momento, por el lugar y por los rivales. Uno de ellos, triple MVP y uno de los mejores jugadores de la historia, se encargó (por si no lo estaba ya) de mandar directo a la posteridad la estampa de aquel partido. “Creo que Dios se ha disfrazado de Michael Jordan”, pasaje 33:3 del apóstol Bird.
Carlos Balboa dixit